¿La caficultura brasileña es un ejemplo a seguir para el resto de la región?
Frente a las discusiones alrededor de la caficultura a nivel mundial, no hay duda de que uno de los principales actores es Brasil. Las razones de su importancia son contundentes. Es el principal productor y exportador de café en el mundo, con una producción cercana a los 63 millones de sacos para 2022.
De los países cafeteros latinoamericanos el que le sigue es Colombia. Para el mismo período tuvo una producción estimada de 12,6 millones de sacos, un 20 % del volumen de producción de Brasil. Actualmente, su principal competidor es Vietnam, con un poco más de 30 millones de sacos de café producidos en 2022. Esto no equivale ni a la mitad de la producción de Brasil.
Aunque las cifras son importantes, dan poca información sobre el porqué de estas diferencias y sobre las particularidades de los modelos productivos de cada país. Las brechas van desde objetivos de mercado diversos hasta sistemas de producción diferenciados. Uno caracterizado por la tecnificación y el volúmen, otro por la caficultura artesanal y el énfasis en la calidad.
Para analizar las diferencias entre el modelo brasileño y el del resto de Latinoamérica, hablé con Willem Araujo, ingeniero agrónomo y extensionista de EMATER, empresa de asistencia técnica y extensión rural en Brasil, y con José Luis Atehortua, investigador cafetero con casi 20 años de experiencia en el Centro Nacional de Investigación Cafetera de Colombia.
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Desarrollo de la caficultura brasileña
Aunque se encuentran en la misma región, Brasil y los otros países cafeteros latinoamericanos guardan grandes diferencias en sus modelos y sistemas de producción agrícola. Esto responde a diversas variables entre las que sobresalen particularidades geográficas y climáticas, sociales, económicas e incluso de objetivos de mercado, comenta José Luis.
Es necesario entender que aunque la producción cafetera latinoamericana se asocia exclusivamente con la variedad Arábica, la caficultura brasileña también cultiva y produce Robusta, que representa alrededor del 24 % de la producción nacional. Pocos productores de países de la región, como Colombia, han empezado recientemente a sembrar esta variedad sin que aún llegue a representar un porcentaje significativo en las cifras totales.
Otra de las principales diferencias entre la producción cafetera de Brasil y el resto de latinoamérica pasa por el perfil de los caficultores. Mientras en los países andinos y centroamericanos el grueso de ellos son catalogados como pequeños productores, en Brasil este segmento se reduce a dos tercios de los caficultores nacionales. Es decir, familias caficultoras con hasta cuatro hectáreas de cafetales, explica Willem.
A pesar de eso, el modelo productivo de los pequeños caficultores es bastante similar en Brasil y los otros países de la región. Fincas de poca extensión basadas en el trabajo familiar que es continuado por cada generación, incluso con prácticas agrícolas similares. Hasta la década de los sesenta, al igual que sus vecinos cafeteros, Brasil era primordialmente un país agrícola y rural. Aunque diferentes fenómenos provocaron un éxodo campesino y un desarrollo urbano acelerado. En consecuencia, se redujo drásticamente la mano de obra disponible en el campo.
Este panorama, sumado a otros procesos como una fuerte industrialización, la introducción del cultivo de Robusta y el aumento de las grandes plantaciones, impulsaron el desarrollo, la innovación y la tecnificación de la producción cafetera brasileña, lo generó que los volúmenes de su producción se elevaran.
Esa misma tecnificación también ha llegado a los pequeños productores. Así, el modelo cafetero de Brasil se concentra en la producción de volumen. Algo que no pasó en otros países cafeteros de la zona, comenta José Luis.
Tecnificación agrícola y grandes volúmenes
Con las transformaciones del panorama cafetero en Brasil desde la década de los noventa y las respuestas a los desafíos de mano de obra y otras variables geográficas y climáticas, el país se enfocó en la producción de grandes volúmenes.
Hechos puntuales como la compra de la procesadora de café União por parte de la empresa estadounidense Sara Lee, sumado al endurecimiento de las políticas para la producción y comercialización de café procesado por torrefacción y molido, aceleraron el proceso. Este segmento, entonces, fue ocupado por grandes productores.
A diferencia de los demás países cafeteros de la región, Brasil dejó de ser solo un productor de granos. La comercialización de su café torrado y molido se internacionalizó e incluso su mercado interno creció. Innovaciones en los sistemas de producción como el procesamiento al vacío, el desarrollo de sistemas de riego tecnificado y la mecanización de los procesos de cosecha terminaron de consolidar la nueva caficultura brasileña, menciona Willem.
Variables climáticas y geográficas, sumadas a la tecnificación agrícola, la introducción del Robusta y el aumento de las densidades de cultivo, hacen que en Brasil haya solo una cosecha anual en muchas de las zonas productoras. Este fenómeno aumentó la rentabilidad de la caficultura brasileña y la eficiencia de recursos, característica que José Luis reconoce como fundamental.
El escalamiento del volumen de producción cafetera, junto con la escasez de mano de obra en las zonas rurales, produjo además otro fenómeno diferente al resto de los modelos cafeteros de la región: la tercerización de muchos de los procesos de cosecha y poscosecha. El modelo brasileño cafetero ha centralizado el capital y la producción dejando poco espacio para las pequeñas industrias.
A diferencia de Brasil, el modelo de la mayoría de países latinoamericanos no ha tenido grandes desarrollos tecnológicos. Los caficultores siguen implementando prácticas agrícolas tradicionales, como la recolección y selección manual del café. Además de enfrentar altos índices de pobreza y poco o nulo acceso a recursos e infraestructura.
¿Es posible replicar el modelo brasileño en el resto de Latinoamérica?
Una de las principales preguntas sobre las diferencias entre el modelo de producción brasileño con el del resto de países de Latinoamérica es sobre las posibilidades de replicarlo. Willem y José Luis afirman que son innumerables las condiciones que no permiten la implementación de un modelo tecnificado y concentrado en la producción de volumen en sus vecinos cafeteros.
Los países productores de Latinoamérica se han concentrado en la variedad Arábica en la búsqueda de calidad y sabor en taza. Diferenciales como los cafés “suaves lavados” colombianos, que se ha convertido en uno de sus sellos en el mercado mundial, impiden que se dé la transformación de estos modelos a sistemas similares a los de Brasil. Son cafés que apuntan a mercados diferentes y que en realidad no son competencia para el gigante sudamericano.
Otro de los principales obstáculos que encuentra el modelo de producción brasileño son las características geográficas de la mayoría de las zonas cafeteras. La variedad Arábica, al necesitar mayores altitudes, se desarrolló principalmente en la zona andina montañosa, que por lo general cuenta con difíciles vías de acceso y poca infraestructura. Esto impide el despliegue de sistemas mecanizados de recolección o el aumento de las densidades de siembra.
Por el contrario, en Brasil gran parte de la producción cafetera se ha concentrado en zonas más planas, aptas para su modelo, apunta Willem.
Retos similares
Frente a las similitudes de los modelos, lastimosamente, se decantan los desafíos y retos que enfrentan los productores de café, no solo en la región sino en todo el planeta. La escasez de la mano de obra rural es uno de los principales problemas que enfrenta la caficultura brasileña y la de países como Colombia. Se ha producido un envejecimiento de los productores de café y poca renovación generacional.
Brasil resolvió el problema con tecnificación, algo que no se puede implementar en casos como el colombiano, reconoce José Luis. A pesar de eso, está el importante componente climático que, como reconoce Willem, es el principal desafío para la caficultura brasileña en la actualidad.
Su modelo de grandes plantaciones y procesos tecnificados no escapa a fenómenos como el de El Niño y la escasez del recurso hídrico. Además, la mayoría de su producción se ha concentrado en zonas más cálidas y casi todos los sistemas son a cielo abierto. Por el contrario, muchas plantaciones de las zonas andinas implementan el cultivo bajo sombra.
Modelos y objetivos diferentes
El modelo caficultor latinoamericano, concentrado en la producción de Arábica, ha desarrollado el cultivo de variedades que no hacen parte del portafolio brasileño. El cultivo de Geisha en Panamá, Pacas en El Salvador o Caturra Chiroso en Colombia han impulsado el mercado de cafés especiales, provocando en los caficultores de estos países una tendencia hacia la búsqueda de cafés de mayor calidad que los alejan del modelo brasileño.
Aunque comparten algunas características, queda claro que el modelo de producción cafetera de Brasil y el del resto de países productores de la región apuntan a objetivos y mercados distintos.
Si bien algunos actores de la cadena de valor plantean que el resto de países de Latinoamérica tienen ventajas para la producción de variedades especiales y cafés de mayor calidad que Brasil, las diferencias de los modelos y de sus mercados hacen que no sean una competencia sino segmentos del mercado separados.
El mercado interno
Incluso los mercados internos son diametralmente opuestos. Mientras que países productores como Perú o Ecuador tienen incipientes niveles de consumo de café, el mercado interno brasileño es inmenso. Para 2022 se estimó un consumo de café soluble en Brasil equivalente a un millón de sacos. Esta cifra bordea el 25 % de la producción total de otros productores de la región como México, Guatemala y Perú.
Aunque el modelo de Brasil presenta niveles de productividad y tecnificación que generan admiración entre la comunidad cafetera, no es replicable en otros orígenes de la región. Las diferencias en los territorios y en los nichos de mercado de cada país hacen que un sistema no se pueda aplicar en otro con la misma viabilidad o resultados.
En ese contexto, lo más recomendable es tomar como ejemplo las buenas prácticas de cada sistema. De esta forma, es posible evaluar qué alcance pueden tener según las necesidades y posibilidades de diferentes orígenes.
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Créditos de las fotos: José Atehortúa, Willem Araujo.
PDG Español
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