Impacto y alcance de los bonos de carbono en la industria cafetera latinoamericana
Cada vez se hace más evidente el cambio climático en el planeta. Aunque la caficultura es un rubro de alto valor, los riesgos asociados a este fenómeno aumentan los costos de producción hasta el punto que algunos caficultores no podrán seguir cultivando café.
Ante este escenario, surgen herramientas financieras como los bonos verdes, que podrían proveer ingresos adicionales a los agricultores y equilibrar las preocupaciones económicas y ambientales.
Para conocer más sobre esta alternativa y lo que representa para la economía de los caficultores y los ecosistemas locales, hablé con dos expertos. Continúa leyendo y descubre lo que me dijeron.
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La aparición de los bonos de carbono
Aunque el concepto de créditos de carbono tiene sus antecedentes en la década de los 80, el término no era tan popular hasta hace unos pocos años, cuando los agricultores empezaron a notar su potencial.
Desde el siglo pasado, se empezó a proyectar la realidad medioambiental que se avecinaba. Esto impulsó la creación de proyectos que buscaban proteger la biodiversidad y los recursos naturales en países en vía de desarrollo a cambio de cancelaciones de deuda pública.
Así, se sentaron las bases del Protocolo de Kyoto, el primer acuerdo internacional frente al cambio climático que se firmó en 1997. A través de este pacto, las naciones se comprometieron a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero y establecieron el primer sistema de créditos de carbono.
En los últimos años, estos bonos han empezado a tener más resonancia. Sobre todo, en las compañías que buscan compensar sus emisiones de carbono a través de las cadenas de valor de otras industrias.
¿En qué consisten?
Un crédito de carbono es un certificado que equivale a una tonelada de CO2 equivalente, es decir, al conjunto de gases de efecto invernadero que se ha dejado de emitir y que se ha removido de la atmósfera. Adoptan diversas formas, incluidas las basadas en la tecnología y la naturaleza.
Alejandro Palacio Jaramillo es consultor de abastecimiento de carbono en CO2CERO SAS, una compañía colombiana de sostenibilidad y cambio climático. Él dice que prefiere llamarlos certificados porque son un sello que se obtiene tras un proceso de análisis de diferentes iniciativas que buscan reducir o remover las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), que en el mercado se denominan carbono.
Él cita un ejemplo: una empresa está contaminando y cuenta con un protocolo de mitigación para reducir su huella pero no es suficiente para eliminarla y ser carbono neutral. En ese caso, la compañía, de forma voluntaria, opta por acudir a los créditos de carbono y cada tonelada que genera en su operación la compensa con un certificado.
Antes de que los bonos puedan ser comercializados en el mercado de carbono deben cumplir con un proceso riguroso que incluye la identificación, proyección, monitoreo, diseño, validación y verificación, certificación y registro. Este salvoconducto garantiza la integridad y la transparencia en la contabilidad de las reducciones de emisiones, sin caer en la falsa estrategia de marketing del greenwashing.
¿Cómo funcionan los créditos de carbono en la industria del café?
En los últimos años, la caficultura ha desarrollado una intrínseca relación con la sostenibilidad y ha despertado su interés por luchar contra el cambio climático. Esto la convierte en una candidata potencial para el mercado de los bonos de carbono.
Alejandro señala que en el rubro del café las certificaciones pueden darse por varias rutas. En ese contexto, las que buscan capturar carbono a través de los cafetos plantean un mayor grado de dificultad.
Los colinos de café, a medida que crecen, van capturando carbono. Estas plantaciones generan una biomasa que está representada en los granos, las raíces, el tallo, las hojas y las flores, y cumplen una función ambiental muy relevante.
Ahora bien, cuando se entra a la fase de certificación de alguna plantación, es obligatorio demostrar que existió un cambio en el uso del suelo. “Si antes tenía un potrero y ahora tengo un cultivo de café, estoy generando un balance positivo en términos de captura. Es decir, captura más la plantación que lo que tenía como pasto simplemente”, agrega Alejandro.
“En Colombia, particularmente, y en Centroamérica, las zonas cafeteras han sido por 80 o 100 años productoras de café, eso hace que sea más difícil demostrar la adicionalidad de la iniciativa que adelanto”.
Otra ruta: la agroforestería
Por otra parte, algunas compañías han mostrado interés en obtener sus bonos a través de la agroforestería. En esos casos, los productores adoptan modelos más amigables con el medioambiente en los que las plantaciones de café crecen bajo la protección de diferentes estratos de sombra, proporcionados por árboles nativos, maderables o frutales.
Estos árboles funcionan como héroes ecológicos porque ayudan a conservar los corredores biológicos, secuestran carbono, propician hábitats más seguros para la flora y la fauna, y contribuyen a mitigar los efectos del cambio climático.
“Sembrar árboles en las plantaciones para generar sombríos beneficia sin duda el desarrollo del café. A su vez, la captura de carbono por parte de estos árboles es más relevante que la del café. Son árboles de 15 o 20 metros de altura, a diferencia de un colino de café que por mucho mide tres metros”, indica Alejandro.
Él añade que en América Latina, donde la caficultura generalmente se desarrolla en menos de tres hectáreas, se necesitará que los pequeños productores se agrupen para cumplir con la cuota de captura de carbono.
“No tiene que ser un cafetero de 1200 hectáreas. Puedo sumar a varios propietarios en una misma región ecosistémicamente semejante para lograr el área que se necesita”, comenta.
Disminución de emisiones y captura de carbono
Existe una tercera ruta: prácticas agronómicas o labores culturales basadas en la disminución de las emisiones de GEI a través de la eliminación de fertilizantes químicos. Alejandro cita como referente una práctica centenaria conocida como el biochar, que además de reducir las emisiones, captura carbono en el suelo.
Ángela del Pilar Barrero es caficultora de tercera generación en Bodega de la Finca, ubicada en Quindío, Colombia. Ella es embajadora del biochar o biocarbono, una alternativa usada desde hace cientos de años por los pueblos originarios de la cuenca del Amazonas.
Se trata de un material carbonáceo sólido que se produce a través de la pirólisis (un proceso de descomposición térmica en ausencia de oxígeno) de materiales orgánicos, como residuos agrícolas, biomasa forestal o estiércol.
En la agricultura, actualmente, se utiliza cómo una alternativa para mejorar la fertilidad de los suelos, restaurar los ecosistemas, aprovechar la biomasa y retener el carbono en el suelo.
“El biochar tiene casi una categoría de taxonomía que te ayuda a capturar carbono. Es la forma más estable para depositar en el suelo un residuo que antes era una basura, un agente contaminante”, explica Ángela.
Ella explica que en el mercado de los créditos, el biochar entra en el segmento de la gestión de residuos, en el que los árboles dejan de ser pasivos y pasan a ser agentes que prestan servicios ambientales al planeta. “Esos créditos en el mercado de valores este año superaron los US $200. El año pasado estuvieron en unos US $100”, señala.
¿Cuáles son los beneficios para productores y sus fincas?
Los bonos de carbono pueden ser una herramienta efectiva para abordar desafíos socioeconómicos y ambientales a los que se enfrentan los productores y sus fincas, que en la mayoría de casos están ubicadas en países en vías de desarrollo con altos niveles de pobreza.
Asimismo, las comunidades cafetaleras pueden reducir su dependencia económica hacia los mercados convencionales y los gobiernos e instituciones, que por lo general abandonan estas zonas vulnerables.
Para Ángela, los bonos pueden acelerar cambios en los sistemas convencionales de producción. Asimismo, promover alternativas más respetuosas con la tierra, que les permitan a los productores adaptarse al cambio climático. Paralelamente, posibilita obtener recursos extra que garanticen que la caficultura sea sostenible en el futuro.
Alejandro dice que los certificados deben representar un ingreso adicional, no operacional, para que puedan tener un impacto significativo en las economías familiares. “Los establecimientos que yo genere, ya sea de plantación, forestal o de lo que sea, deben ser autosostenibles en términos económicos y los recursos que se reciben por la venta de los certificados deben ser adicionales”, sostiene.
¿Es un modelo sostenible ambientalmente?
Los créditos de carbono, en principio, están diseñados para ayudar a mitigar el cambio climático al incentivar la reducción de emisiones de GEI pero solo serán sostenibles si cumplen algunas reglas:
- Integridad: estos proyectos deben ser medibles y precisos en el cálculo de emisiones
- Efectos adversos no intencionados: los proyectos no pueden tener impactos secundarios no deseados, como la degradación ambiental, la deforestación o la reubicación de las comunidades.
- Permanencia: las acciones de reducción deben mantenerse por un periodo significativo.
- Apoyo a las comunidades: los proyectos deben beneficiar a los locales y respetar sus derechos y necesidades.
- Diversificación de soluciones: los créditos de carbono no deben considerarse la única solución. Se requiere de más alternativas, como la inversión en energías limpias.
¿Qué alcance tendrán los créditos en la región?
Alejandro ve con buenos ojos el futuro de los bonos de carbono en Latinoamérica. A pesar de eso, considera que aún existen muchos rezagos que entorpecen su crecimiento.
Ángela, por su parte, sugiere que debe crecer el interés de las cooperativas y organizaciones cafeteras por la construcción de corredores biológicos, la reforestación de bosques e incluso que otros actores de la cadena inviertan más recursos en los orígenes.
Los caficultores son los principales protagonistas en este modelo de negocio. A su vez, son los que enfrentan más desafiados al momento de acceder a estas certificaciones. Los retos más comunes están relacionados con la falta de recursos iniciales, un carente o nulo acceso a los conocimientos técnicos, los posibles cambios en las normas, el cumplimiento de los estándares de la certificación y la inversión continúa.
Según Alejandro, los retos están asociados con los protocolos que permiten medir y cuantificar el carbono que se está capturando o dejando de emitir en sus operaciones. “Van llegando tecnologías que facilitan el proceso pero si no se da un cambio o un quiebre en la forma en la que se cultiva el café, será difícil acceder a estos beneficios”.
Proyecciones para los próximos años
El cambio climático es un desafío a largo plazo. Esto aumenta las probabilidades de que los bonos de carbono sean modelos de negocios muy prósperos en el futuro.
Alejandro explica que existen dos tipos de mercados de carbono: regulados (se cumplen principalmente en Europa) y voluntarios. Estos últimos han crecido significativamente. Según análisis recientes, el tamaño del mercado puede registrar un crecimiento para 2030 de 15 veces y de 100 para 2050.
El mercado también se respalda por las normas de aplicación del Acuerdo de París y una comunidad mundial que se involucra cada vez más en el debate que sugiere la crisis climática. “Tiene mucho que ver con las decisiones que tomen los gobiernos. Es eficiente en la medida en que se deje libre y se deje actuar por sí solo”, señala Alejandro.
Los créditos de carbono son instrumentos financieros valiosos para los productores de café. Promueven la sostenibilidad ambiental, generan ingresos adicionales y fomentan el desarrollo social en las comunidades cafetaleras.
Al integrar la producción de café con la mitigación del cambio climático se crea un modelo de negocio más resiliente y responsable que beneficia tanto al medioambiente como a las personas involucradas en la cadena de suministro del café.
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Créditos de las imágenes: Yenny Ballesteros.
PDG Español
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