¿Cuál es la diferencia entre una finca cafetera y una cooperativa de café?
En muchos países productores de café de todo el mundo existen diversas formas de explotar y gestionar las fincas. Como es lógico, esto tiene un impacto significativo en la forma en que se procesa y se vende el café, así como en los precios que reciben los caficultores.
Dos de los modelos de cultivo de café más extendidos son las fincas y las cooperativas. La finca es una plantación de café (generalmente grande) que procesa y vende su café de manera independiente. En cambio, la cooperativa engloba a un grupo de caficultores que explotan y venden su café colectivamente para obtener un mejor acceso a equipos, instalaciones y oportunidades de negocio.
Aunque ambos modelos tienen sus ventajas e inconvenientes, en los últimos años, los pequeños productores en algunos países han empezado a abandonar las cooperativas en favor de modelos alternativos de producción. Las razones detrás de esta decisión son complejas; no obstante, han llevado a la creación de nuevos modelos híbridos, por ejemplo, los “colectivos de caficultores”.
Para conocer más sobre las diferencias entre una finca cafetera y una cooperativa de café, así como sobre los colectivos de caficultores, entrevisté a Symon Sogomo, productor de Sogomo Coffee Estate en Kenia, y a Alejandro Hernández, gerente de control de calidad de café en Colombia. Sigue leyendo para conocer más.
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Cooperativas vs. fincas: ¿cuáles son las principales diferencias?
Antes de explorar los problemas de estos dos modelos, primero debemos entender cómo funcionan y en qué se diferencian, principalmente en lo relativo a su tamaño.
En esencia, una cooperativa de café es un grupo de caficultores que se unen para mejorar colectivamente su acceso a una serie de recursos, como pueden ser fertilizantes, herramientas agrícolas, semillas y préstamos.
Además, permite a los caficultores tener acceso a programas de formación y aprovechar mejores oportunidades comerciales y de marketing. En teoría, esto puede ayudarlos a recibir precios más altos por su café o a mejorar su estabilidad al asegurarles ventas recurrentes de mayor volumen.
Las cooperativas de café han tenido un papel destacado en el sector durante décadas. Cuando están bien administradas, ofrecen una serie de beneficios a los miembros caficultores, que suelen ser agricultores con parcelas pequeñas de tierra. A pesar de eso, el modelo ha recibido una buena cantidad de críticas en los últimos años.
En Kenia, por ejemplo, las cooperativas reciben el dinero una vez que se ha vendido el café. Después, la cooperativa deduce sus tarifas y distribuye el dinero entre los miembros; no obstante, a veces surgen desacuerdos sobre la cantidad final que recibe cada caficultor.
“Por una serie de razones complejas, no todas las regiones productoras de café de Kenia tienen cooperativas bien desarrolladas”, afirma Symon. “Por ejemplo, en áreas donde hay grandes extensiones de tierra, lo que abunda son las fincas cafeteras”.
En contraste, las fincas cafeteras suelen ser significativamente más grandes que las parcelas individuales de los cooperativistas. La ventaja principal es que permiten a los productores controlar una mayor parte del proceso de producción, incluida la forma en que procesan y venden su café.
Los caficultores pueden llevar a cabo el procesamiento poscosecha in situ y a menudo procesan y venden su café individualmente a otros productores de la zona, aunque esto no siempre es así.
Este mayor control también implica una mayor responsabilidad. En las fincas no hay una red de apoyo de otros cooperativistas y profesionales que puedan ayudar con el procesamiento, la comercialización y la venta del café. Asimismo, cualquier problema financiero debe ser resuelto exclusivamente por el propietario de la finca.
¿Hay más caficultores abandonando las cooperativas?
Como ya se ha mencionado, en los últimos años cada vez más caficultores han ido abandonando las cooperativas en algunos países. Esto se debe a varias razones.
En primer lugar, muchos cooperativistas dependen en gran medida del acceso colectivo a los recursos, la formación y las oportunidades de negocio. Los caficultores también pueden tener que hacer frente a cargas colectivas. Por ejemplo, los problemas financieros de la cooperativa (como costos imprevistos o problemas de endeudamiento) afectan a la totalidad de sus miembros.
A su vez, la toma de decisiones y la autonomía en lo referente al procesamiento y la venta del café pueden resultar difíciles en las cooperativas. Aunque el café sigue siendo propiedad de los productores, la mayoría de las decisiones sobre su procesamiento y venta son tomadas por la gerencia de la cooperativa.
Esto significa que un caficultor individual tiene mucha menos libertad de actuación sobre su café. Por ejemplo, no puede procesar su café de una manera diferente a otros miembros. Además, aunque tenga voz y voto, no puede elegir el precio de venta de su café.
“En Colombia, no tenemos muchas fincas cafeteras extensas”, explica Alejandro. “La mayoría de las variedades cultivadas en el país son tradicionales, como Caturra y Castillo, y la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia (FNC) busca comprar principalmente café lavado”.
“A los cooperativistas se les paga más por los cafés completamente lavados que a los caficultores de las fincas”, añade. “La mayoría de los productores en Colombia pertenecen a cooperativas porque cultivar café de especialidad sigue siendo un concepto relativamente nuevo aquí”.
¿Qué pasa con las fincas cafeteras?
En la mayoría de los casos, la propiedad de una finca cafetera depende de la cantidad de tierra a la que tenga acceso el productor. En general, permite una escala de producción y una autonomía mayores porque los propietarios tienen mayor facilidad a la hora de introducir cambios o de experimentar.
Por ejemplo, muchos productores jóvenes son cada vez más conscientes de que ciertos métodos de procesamiento, especialmente las técnicas más experimentales, los ayudan a añadir valor a su café en mercados específicos, lo que puede traducirse en un incremento de los precios que reciben.
“Con la producción en fincas, los caficultores tienen pleno control sobre sus operaciones, incluido el procesamiento”, dice Symon. “En teoría, cosechan más recompensas cuando dedican más esfuerzo a la producción de su café”.
En algunos países productores (como Kenia) la herencia de tierras puede obligar a los caficultores a abandonar el modelo cooperativo. Además, la toma de decisiones en las cooperativas a menudo es llevada a cabo por los productores de más edad, lo que puede generar desilusión en las generaciones jóvenes. En consecuencia, algunos deciden registrarse como caficultores de finca para ganar control sobre la producción de su café.
El hecho de que los caficultores de fincas tengan terrenos más extensos no los libra de enfrentarse a sus propios problemas. Por ejemplo, en algunos países productores, los caficultores necesitan una licencia para explotar las fincas.
“En Colombia, la FNC gestiona la mayor parte de las exportaciones de café”, explica Alejandro”. La FNC deduce un pequeño porcentaje de las ventas totales de café (conocido como contribución cafetera) que destina a ayudas para los caficultores.
“Si no eres miembro de la FNC, es necesario que obtengas una licencia como caficultor individual o de finca”, añade.
Los caficultores deben cumplir una serie de requisitos para obtener una licencia de explotación. Aunque varían de un país productor a otro, suelen especificar el número mínimo de cafetos, la superficie dedicada a la producción de café y el volumen total de producción.
Además de los derechos de licencia, establecer una finca cafetera puede resultar costoso en términos de tiempo y dinero. Es frecuente que los caficultores deban invertir en una cantidad sustancial de equipos y recursos, lo que representa un costo inicial significativo. Asimismo, deben gestionar ellos mismos los costos de producción y de mano de obra, así como el procesamiento y la comercialización de su café. Es decir, todo aquello de lo que normalmente se ocuparía una cooperativa.
¿Qué son los colectivos de caficultores?
Aunque las cooperativas y las fincas son dos de los modelos de cultivo de café más comunes, Symon cuenta que en algunos países productores, sobre todo en Kenia, están empezando a surgir más colectivos de caficultores.
“Se trata de un modelo híbrido: estos colectivos son como fincas pero su funcionamiento es similar al de una sociedad cooperativa”, explica. “El propietario de la finca mantiene su independencia”.
“Una cooperativa debe contar con unos cinco miembros para establecerse, mientras que un colectivo de caficultores requiere menos”, añade.
Los colectivos de caficultores suelen incluir a productores que no poseen o arriendan fincas lo suficientemente grandes como para registrarlas como fincas pero tampoco están dispuestos a unirse a una cooperativa. En estos casos, un pequeño grupo de productores de la misma región puede formar un colectivo y registrarse como una empresa cafetera ante la autoridad local. Cada caficultor conserva el control sobre su respectiva explotación, mientras que el procesamiento del café se puede llevar a cabo colectivamente en locales de microbeneficio.
Los colectivos de caficultores también pueden poseer y operar sus propios molinos secos, donde eliminan el pergamino de los granos y clasifican, ordenan, empaquetan y exportan sus cafés. Esto permite a los miembros del colectivo retener un porcentaje mayor del valor de su café.
A diferencia de las fincas cafeteras, no es necesario disponer de grandes extensiones de tierra para establecer un colectivo de agricultores. En algunos casos, los requisitos para formar parte de un colectivo de agricultores varían mucho. Por eso, los pequeños productores también tienen la opción de ser miembros.
Los miembros individuales de los colectivos de caficultores pueden interactuar directamente con los compradores. De esta forma, pueden negociar los precios; sin embargo, Symon señala que esto a veces es un problema.
“Como colectivo, se pueden negociar los precios y las condiciones con mayor eficacia”, afirma.
¿Cuál es el futuro de las fincas cafeteras y de las cooperativas?
Independientemente de la aparición del modelo colectivo de caficultores, sabemos que las fincas y las cooperativas ocupan un lugar mucho más destacado en el sector. ¿Cómo podría cambiar esto en los próximos años?
“Las cooperativas bien gestionadas garantizan que todos los miembros cumplan las directrices y normas exigidas, lo que a su vez significa que los productores tienen un mejor acceso a los recursos”, afirma Symon. “Los gestores de las cooperativas también pueden restringir los ingresos de un miembro si no produce café con una calidad suficientemente alta, [un incentivo para mantener los estándares de calidad]”.
Asimismo, las cooperativas pueden servir de red de seguridad para algunos pequeños productores porque facilitan el acceso a instalaciones, recursos y oportunidades de negocio. Además, pueden reducir los costos de producción, mientras que en las fincas la producción puede resultar costosa para los agricultores individuales.
Si están bien administradas y con la supervisión adecuada, algunos compradores suelen preferir comprar café a las cooperativas antes que a las fincas, en gran parte debido a su mejor reputación en cuanto al control de calidad. Por ejemplo, las cerezas deben venir clasificadas para que la gestión de la cooperativa las acepte. En teoría, así solo se procesan las cerezas maduras.
Además, los caficultores de fincas suelen contratar temporeros para que los ayuden durante la cosecha. Si a los recolectores les pagan por la cantidad de cereza, podría primar el volumen sobre la calidad, aunque no tiene que ser así.
“Los caficultores de fincas necesitan más tiempo y equipo para cosechar cerezas maduras y eso no siempre es fácil”, afirma Alejandro. “Las cooperativas, sin embargo, pueden evitar más fácilmente ese problema”.
Al mismo tiempo, la mayor autonomía de la producción en finca sigue siendo un factor clave. Los caficultores de mayor escala pueden añadir más valor a su café mediante el procesamiento, la marca y la comercialización.
En resumen, para los caficultores individuales que operan en mayores extensiones de tierra, la economía de escala simplemente significa que la agricultura de finca puede ser más rentable a mediano y largo plazo.
Al mismo tiempo, muchos pequeños caficultores de todo el mundo no tienen más remedio que operar como parte de una cooperativa: sin el acceso a la infraestructura y otros recursos, muchos de ellos no serían capaces de procesar y vender eficazmente su café.
En última instancia, el tamaño de la explotación de un productor determina el modelo agrícola a seguir. A pesar eso, está claro que empiezan a surgir modelos alternativos como los colectivos de caficultores.
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Traducido por Almudena Torrecilla Aznar. Traducción editada por Alejandra Soto.
PDG Español
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